miércoles, 8 de diciembre de 2010

Vargas Llosa, otro no nacionalista

Mario Vargas Llosa es uno de esos personajes que aprovecha su merecida fama como escritor e intelectual para dar legitimidad y fuerza a sus opiniones políticas. Para criticar como si estuviera en una posición de superioridad moral e intelectual. Así se permite licencias como criticar al nacionalismo de una manera sesgada y parcial, olvidando a algunos de sus compañeros de viaje.

Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz. Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.


Es curioso que afirme ésto quien tiene como amigos a Aznar, que afirma que España es la nación más antigua de Europa, que apoya la invasión de países o el recorte de libertades. O a Rosa Diez cuyo partido hace de la españolidad y el desprecio al diferente la base de su discurso. Que cite a España pero hable de Oriente Medio sin citar la invasión de Irak o las violaciones de Israel a los derechos humanos. ¿De verdad han sido los nacionalismos o los privilegios de las oligarquías en América Latina? Y el apoyo de Estados Unidos a dictaduras en la región y a golpes de Estado. Pero la hipocresía y el doble rasero continúan.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

Qué bellas palabras y qué bien habla, sin ironía alguna. Lo mío es sano y lo de los demás es malo y perverso. No es violencia no dejar expresar democráticamente una idea política tan respetable como la suya. No hay más que ver esa tolerancia que practican. Su respeto a líderes democráticamente elegidos como Chávez o Evo Morales, permitiéndose hablar de un racismo indígena, unos pueblos que durante siglos ha sido aniquilado. Qué triste convertirse en un cipayo y vocero del imperialismo.

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