La calidad de una democracia se mide también por la normalidad para tratar un pasado oscuro. Vivir con normalidad dar dignidad a los represaliados del bando vencedor fascista y dar aunque sea un reconocimiento moral desde la justicia. Después de treinta y cinco años de muerto el dictador ya apenas hay responsables vivos o están fuera de edad para juzgarlos. Lamentablemente nada de esto es posible aún en España sin que un sector de la población más grande del deseable, hable de remover el pasado y los rencores. En el fondo deben de tener miedo a que salga su mierda que durante la llamada ejemplar transición, cada vez menos gente se cree esa patraña, metieron debajo de la alfombra. Bien es cierto que entonces las circunstancias eran otras, pero por eso precisamente ahora sí se puede cerrar ese capítulo de la historia, no olvidarlo como pretenden. Fundamentalmente los poderes fácticos que se perpetuaron en el mando con un lavado de cara o un cambio de chaqueta.
Los que tienen a sus muertos en muchas placas de las iglesias, bien localizados y dignificados, muchos de ellos se oponen a que los del otro bando lo tengan igual. Esto en otros países no ocurre, sino que no tienen reparo en perseguir a los criminales y hasta derogar leyes que los protegían de manera vil y cobarde. Alemania ha anulado las sentencias de los tribunales nazis. En Chile, Brasil y Argentina se juzga a sus viejos dictadores. Países a los que aún se mira con cierto aire de superioridad, restos de la vieja idea del imperio. En España se critica el levantamiento de fosas comunes. Deberían saber que los crímenes contra la humanidad no prescriben, no caben debajo de una alfombra.
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