El trabajo emitido en Documentos TV, muestra más fielmente lo ocurrido. Me gusta porque muestra la visión de los afectados, habitualmente marginados cuando se habla de temas hidráulicos. Muestran su dolor e indignación. La tragedia de familias enteras y amigos. Y mostrando una serena dignidad y humanidad difícilmente equiparables. En condiciones límite puede aflorar lo mejor de las personas. Dejando historias tan emotivas como la del ciego (de accidente en esa misma presa) y la madre que no pudo salir por el tejado o el abuelo que no quiso dejar su casa. La experiencia del rescate en el lago narrada por Alberto Vázquez-Figueroa es sobrecogedora.
El sector hidroeléctrico era algo estratégico para el régimen. La empresa hidroeléctrica Moncabril fue indultada. A pesar de que todos los que vieron su construcción dudaban de su seguridad. Manejándose con la habitual prepotencia y displicencia de este tipo de empresas. De los diez acusados fueron condenados cuatro. Luego indultados. Nadie fue a la cárcel. A pesar de las buenas palabras del NO-DO, la realidad es que las autoridades entorpecieron todo lo que pudieron la defensa de los perjudicados. Con veladas advertencias a un abogado izquierdista para más señas y cualquiera que buscara justicia. Ejerciendo la miseria moral aprovechándose de la miseria en que les habían dejado. Queriendo pagar menos, que los pleitos serían largos, ¿qué tenían que dejar de pagar? y amenazando con despidos. Por no hablar de la tasación, parece que en función de lo que producían, menores de 25 años 25000 pesetas, las mujeres 60000 pesetas y los hombres 90000 pesetas.
Hoy el viejo pueblo es un lugar fantasma, que recuerda lo que ocurrió, una fotografía fija de la España rural de entonces. Mientras en la sierra el esqueleto derrumbado de la presa sigue ahí. Franco era dado a dejar mojones así. Emociona ver el recuerdo, sencillo y emotivo, las campanas y el haz de luz por dónde vino el agua. Reclaman dignidad y recuerdo. También hacen girar la vista hacia Vajont tan sólo cuatro años después. Para más escarnio, el nuevo pueblo se llamó Ribadelago de Franco. Eso sí, con las casas a precio de coste. Fueron los que no emigraron de esta bella y áspera comarca sanabresa.
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