viernes, 13 de abril de 2012

La muerte de Iñigo Cabacas

Una vez más hay que lamentar la muerte de una persona por la desmedida acción policial. A lo que hay que unir las personas heridas y que han quedado con secuelas. La autopsia confirma que la muerte de Iñigo Cabacas se produjo por el impacto de una pelota de goma lanzada por la Ertzaintza, que le provocó una fractura craneal, seguramente a pocos metros, ni siquiera a la distancia reglamentaria, cuando este material es sumamente peligroso. De hecho la Comisión Europea le había prohibido a la Ertzaintza su uso el año pasado. Nauseabundo resulta igualmente los intentos de "justificar" la carga y de criminalizar a Iñigo Cabacas, que tan sólo había ido a ver un partido de fútbol.

Una pareja de Málaga, narra su vivencia.
 
Vi a mi novia subida en la jardinera que está en medio del callejón. Somos de Málaga. Ni idea de que ahí está la herriko taberna. Había buen ambiente y punto. Venía con un familiar del partido y ella nos estaba esperando con otras chicas allí. Le saludé y entré al servicio a un bar. El inicio de la bronca me pilló en el interior del local. Cuando intenté salir la gente empujaba hacia dentro. Se oían gritos y se escuchaban los pelotazos golpeando en la persiana del local.
 
Estoy de pie en la jardinera central esperando a mi novio y no me doy cuenta de lo que está pasando. De repente, a todo lo largo de la calle, se colocan tres furgonetas de la Ertzaintza. Estoy de pie. '¿Pero qué está pasando? No lo entiendo', le digo a la prima de mi chico. Oigo una bola sobre mi cabeza. Estoy sorprendida. No sé qué hacer. Les grito a los policías. '¡No, no, que no estamos haciendo nada!'. Estoy con las manos arriba para que me vean pero, por instinto, me acurruco. Intento resguardarme.
 
El ambiente era cojonudo. Estábamos todos tranquilos. Pero por allí andaban dos subnormales buscando jaleo incluso antes del partido. Uno era muy corpulento y como sudamericano. El otro tenía marcas en la cara, cicatrices. Los dos eran de esos que te pegan y no huyen, sino que se quedan a retarte más. Yo vi cómo el primero se pegaba con uno que llevaba una bufanda del Athletic. Ésa fue la pelea. No sé si fue el detonante de todo. Lo desconozco así que no hablo de ello. Pero los botellazos hacia la Policía vinieron después de la primera carga.
 
Junto a mí hay dos niñas de 17 años histéricas. Les digo que se pongan detrás de mí para intentar protegerse. ¡Es que no disparan al aire! Tiran a la misma altura del cuerpo. Me fijo en uno de ellos. Está en la puerta trasera de la furgoneta. Sale, dispara y se cubre con la puerta. Vuelve a salir, dispara y se cubre. Como en una película. Ahora se lo estoy contando a mis amigos de Málaga y flipan. 
Las pelotas de goma vuelan por todos los lados. No sé qué hacer. Las dos chicas que me acompañan intentan hablar con los policías para que paren. Les dan con la porra. Decido saltar de la jardinera y refugiarme en un bar pero la persiana está bajada y no puedo. En ese momento es cuando veo por primera vez a Iñigo.
 
Está tirado en el suelo. 'Dejarme ayudarle', les digo a la gente que está con él. He sido socorrista y sé qué hacer. Tiene convulsiones y los ojos parpadeando. No responde a nada. Saco las gafas y compruebo que respira (el aliento empaña los cristales). A mi lado está también una enfermera que intenta tomarle el pulso pero hay demasiado ruido y jaleo. Iñigo tiene una herida en la parte de atrás de la cabeza. Es grande y sangra muchísimo. Además de la oreja le sale un hilo continuo de sangre. Le empiezo a preguntar '¿cómo te llamas?' Les pido prestado las bufandas del Athletic a una chica y un chico que están a mi lado para taponarle la herida. Cuando quito la mano con la que le aguanto la cabeza me encuentro un coágulo de sangre tan grande como mi palma. Tengo 32 años, así que mi mano no es pequeña. Le apoyo en mi brazo para que no se ahogue si vomita. No responde a nada. Le giro un poco y entonces empieza a vomitar. Le retiro el vómito con mi mano. Vuelvo a coger las gafas.
 
Sigo con Iñigo. No sé cuánto tiempo llevo. Alguien me coge del brazo. Es un ertzaina. Me dice 'salte de aquí'. Le digo que no. 'Que te salgas de aquí', me repite. 'Que no', le contesto. Es verdad que le grito y le insulto de todo. Estoy muy nerviosa, pero en todo momento intento hablar con Iñigo de forma tranquila. Le pregunto cosas pero sigue sin responder. Después llega una ambulancia y se lo llevan. Entonces entro en un bar y me lavo la sangre.

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