La carrasca también ha sido un árbol históricamente ligado a Aragón. Los Monegros deriva su nombre de montes negros, por las carrascas, encinas y sabinas que poblaban un espeso bosque, citado en crónicas medievales, que había entre Huesca y Zaragoza. La carrasca se puede observar igualmente en nuestro escudo, en el primer cuartel, el árbol de Sobrarbe, con la cruz encima, cuya legendaria aparición como señal en una batalla contra los musulmanes parece ser su origen, representativo del mítico reino y sus fueros, origen de las libertades aragonesas y rasgo fundamental de nuestra idiosincrasia y personalidad. Sin olvidar la mezcla y convivencia de culturas, como zona fronteriza, toda esa amalgama conforma nuestro ser.
Un recuerdo también a nuestras montañas, como la montaña mágica del Moncayo, macizo que hace de muga entre Aragón y Castilla. O el mismo Sobrarbe, país de la carrasca, como dice la Ronda de Boltaña. Motivo que se puede escuchar en sus canciones.
Pais de silencios, de ausencias y olvidos,
tristes montes y soledad.
Pais sin historia, pueblo sin raices,
carrasca que se secara.
También es una metáfora la de la carrasca que se puede aplicar a todo Aragón. Aunque sea especialmente acertada en ese espacio. Un árbol nos puede seguir toda una vida, y ser un legado que dejamos a la siguiente generación y así de manera sucesiva, convirtiéndose en algo venerable. Un árbol puede perdurar si tiene la raíz fuerte, un tronco poderoso, una metáfora para las personas, capacidad de sobrevivir a las inclemencias.
Samitier, Sobrarbe.
Aparte de los indudables beneficios que nos traen los árboles, podemos ver un valor sentimental, de raigambre y símbolo de nosotros mismos.
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