Como cada año por estas fechas y coincidiendo con la crecida del Ebro, que algunos esperan como la del Nilo en el antiguo Egipto, no para beneficiarse de sus limos, sino para sacar partido del oportunismo, la demagogia, la manipulación burda y la mezquindad. Cuando cualquiera que se haya preocupado mínimamente del tema, sabe que el Ebro es un río que siempre ha sufrido grandes avenidas y estiajes, claro que sólo hacen declaraciones y envían reporteros para lo primero, pues es un río de régimen mediterráneo. Pero siempre es más sencillo buscar el apoyo con argumentos facilones y simples, que con argumentos contrastados y estudiados.
Así que lo mejor es buscar un poco de información, accesible y de fácil lectura y comprensión, una de las cosas que más admiro de los componentes de la Nueva Cultura del Agua es su didacticismo. A quienes estos borregos aún se atreven a mirar con displicencia y desprecio. La negrita es la original.
Zaragoza, 4 de abril de 2007
La Fundación Nueva Cultura del Agua recuerda que la avenida del Ebro no significa que hubiera sido posible el Trasvase
Como suele ser habitual, durante estos últimos días se han prodigado las interpretaciones simplistas que relacionan las inundaciones de la cuenca del Ebro con las penurias de agua en el Sureste de España. Se transmite reiteradamente la idea de que si el trasvase del Ebro hubiera estado construido, el agua que en pocos días se ha “perdido en el mar” habría podido cubrir los 600 hectómetros cúbicos que se pretendía trasvasar desde este río al Júcar y al Segura. Estas afirmaciones responden a una aparente evidencia, peroestán equivocadas.
1. En primer lugar es necesario combatir la idea de que el “agua se pierde en el mar”. Por el contrario, el que los ríos lleven agua en su desembocadura no es algo que debamos lamentar sino la expresión de una dinámica natural socialmente beneficiosa. Antes de llegar a su desembocadura el agua de las avenidas ha contribuido a lavar suelos, reconstruir cauces, alimentar bosques de ribera, fertilizar márgenes, recargar acuíferos aluviales, mantener deltas y, finalmente, aportar nutrientes a las aguas litorales. Todas estas son funciones que la actual gestión del agua esta obligada a valorar y respetar.
2. Es impensable aumentar el sistema de embalses hasta hacer desaparecer las avenidas: en el curso medio y bajo de muchos de los ríos que aportan agua al Ebro ya no es ni aconsejable ni posible seguir construyendo embalses. El objetivo de hacer desaparecer un proceso natural, como es el brusco aumento del caudal de un río por deshielo y lluvias intensas, es inadecuado económica y ecológicamente. Generalmente, es más inteligente aprender a convivir y adaptarse a la realidad de unas avenidas periódicas.
3. La mayor parte de los daños ocasionados por las inundaciones son consecuencia en muchas ocasiones de una distribución inadecuada de los usos del suelo. La clave, para evitar los daños derivados de las crecidas, está en aplicar políticas de ordenación del territorio que recuperen las riberas y devuelvan espacios de inundación a los ríos, en cuyas márgenes las actividades deben tender a ser compatibles con inundaciones periódicas. Decir que con embalses y más presas no habría inundaciones es simplemente hacer demagogia.
4. Se compara el caudal de avenida con el trasvase, pero no se explica cómo se puede trasvasar un caudal de 3.000 metros cúbicos segundo por un canal (ya de grandes dimensiones) diseñado para transportar 50 metros cúbicos. No se distingue entre caudal de avenida (alto y de corta duración) y caudal regulado (elcaudal constante que requiere el trasvase). Los 600 hectómetros cúbicos de la avenida en ningún caso se hubieran podido trasvasar a otro lugar fuera del Ebro. No hay obra humana capaz de canalizar ese volumenen dos semanas y, de haberla, sería un disparate faraónico sin sentido. Decir lo contrario es igual que si, con ocasión de las próximas gotas frías en el Mediterráneo, se afirmara que en el Levante las sequías se podrían solucionar almacenando las aguas de las inundaciones que éstas producen.
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