El Ebro entre los puentes de Carlos III y de hierro.
De inicio me gusta más la idea que se pretende ahora, respetar la ribera natural, que presenta un aspecto lamentable. Llena de árboles caídos por riadas, basura, ramas por el suelo, fruto de la dejadez. Bien acondicionado es un lugar de paseo ciertamente agradable, junto al rumor pausado del Ebro. Pudiendo ver algunas aves que soltaron hace unos años, también en una isleta central, de acceso cerrado. Se pretende acondicionar un anfiteatro natural, y un embarcadero en la confluencia del Bayas con el Ebro, el problema de esta idea es el alto grado de contaminación del Bayas, donde también se bañaba la gente hasta hace unas pocas décadas, y el Ebro, un problema de más difícil solución que la adecuación de riberas, pues esta no será completa hasta que se pasee por un río limpio. Para ello hace falta voluntad política de castigar con la máxima dureza a quien contamina, a estas alturas es iluso creer en el compromiso medioambiental de las empresas contaminantes. Las multas deben ser al menos de la misma cuantía que la instalación de sistemas de depuración, mientras tanto, y por su falta de escrúpulos y solidaridad, les será más rentable contaminar que cuidar del entorno.
Vista del Ebro desde el puente de Hierro.
Un problema de Miranda y de otras muchas ciudades, es vivir de espalda a los ríos. Motivo por el cual la población se asentó durante siglos, hoy se les da la espalda, perdiendo un espacio de disfrute, para el que se requiere cierta sensibilidad, es encontrarse uno mismo. Lugares de vida. Hoy convertidos en cloacas, en factor de codicia, que acabará pagandose caro, y durante las últimas décadas de desolación, con la construcción de embalses, sin respetar el ciclo natural del río, ni el esfuerzo de las gentes ribereñas. Una población no pueda darse el lujo de despreciar la riqueza emocional y visual de un río. ¿Qué mayor disfrute que un río vivo al lado de casa?
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